Lloraba.
Lloraba tanto que se secaba por dentro.
Se secaba por dentro y desaparecía por fuera, haciéndose pequeña. Se borraba su cuerpo, su sonrisa, su paz y su libertad.
Lloraba y nadie la veía. Porque se escondía, avergonzada, desilusionada, resignada. Pensando que era así como tocaba vivir, así como tenía que ser, y dejaba de ser tras cada grito, tras cada gesto.
Se hizo más, y más pequeña. Lloraba pero no gritaba. Se ahogaba.
Hasta que un día decidió que no podía seguir siendo así de pequeña. Que tenía que crecer, volverse a ver, hacerse ver, gritar y patalear.
Dibujar su cuerpo, su sonrisa, su paz y su libertad.
Y ese día, vivió.
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