Con el paso del tiempo comprendemos mejor a las personas. O quizá no, pero sí nos conocemos mejor a nosotros y sabemos diferenciar actitudes. Descubrimos que quizá eso que siempre le pasa a menganita le pasa por algo. Aprendemos que aquello que parecía venir de fuera puede que llegue por algo de dentro. Que hay gente que atrae problemas, o los crea, o los exagera o, simplemente, se los inventa.
Descubrimos que todo es relativo, que lo negro puede ser blanco o hasta puede que sea verde, aprendemos que tomar distancia de situaciones o personas tóxicas nos hace avanzar. Que lo nuestro no será perfecto, pero es nuestro, y que nos venden más motos de las que nos damos cuenta. Pero esa distancia no se coge aleatoriamente. Nada es porque sí. A veces sin querer nos alejamos de esas situaciones o personas porque nos acercamos a esas situaciones o personas donde nos sentimos cómodos. Bien. Nosotros. Reales.
Y, si quieres, puedas dar segundas oportunidades, volver a creer en aquellos que pudieron decepcionar, sin darse cuenta, o sin saber evitarlo, o sin darte cuenta tú. Pero, si no quieres, no es obligatorio. Aprender a alejarse es aprender a respetarse, a dejarse ser. Porque tú decides con quién, y cómo, te apetece ser. Que ser siempre es más que estar, y estar se puede estar con mucha gente, pero no se puede ser con todos.
Pingback: Lo que me hace sonreír. Poder escoger | Soplando pompas de jabón
Yo estoy y soy contigo, siempre.