En definitiva, la vida son motores y frenos. Avanzar o parar. Parar, recular, seguir adelante. Lo que tengo y lo que quiero, lo que no quiero y lo que no poseo. Y así caminas.
Lo que tienes y no quieres tener, y aquello que no tienes, pero anhelas. Desechar y obtener. Esto es lo que te mueve. Tus miedos, un agobio inesperado, una noche de darle vueltas a la cabeza, el dolor de estómago, todo eso deseas alejarlo de ti. Más dinero para tus vacaciones, más tiempo para ti, más tiempo para dedicar a algunas personas, que desaparezcan esos molestos vecinos. Lo quieres obtener. Y es tu motor, lo que te hace luchar, lo que te ayuda a continuar.
Pero ¿y tus frenos? Tienes tranquilidad, tienes amor, tienes paz, tienes la conciencia tranquila, tienes gente bonita a tu lado, tienes muchas risas, tienes un trabajo, tienes una familia. Lo tienes. También lo quieres. Y buscas defenderlo a toda costa. Pero tampoco quieres que llegue aquello que no deseas y que, afortunadamente, ahora no tienes. Estar cerca de gente que no te quiera bien, las mentiras, personas tóxicas, una vida que no te haga sonreír. Lo evitas. Evitar y defender, en el fondo, están frenando tu capacidad de avanzar, de sentir, de vivir aquello que quieres lograr. Una meta.
La vida son decisiones, son caminos que tomamos y otros que dejamos de seguir, son puertas que cerramos con llave y puertas que dejamos abiertas para que entre el sol cada mañana. Y para conseguir un objetivo que nos marquemos será importante saber dejar en el camino algunas cosas, o hallar el equilibrio entre ellas. Priorizar. Darle valor a lo que realmente lo tiene. Lo fundamental para alcanzar una meta es la dirección. Podremos dar una vuelta y equivocarnos, volver sobre lo andado y regresar al camino correcto pero, si tenemos claro el estado en el que queremos estar, al final encontraremos la manera más adecuada de llegar a ello. Porque conectar con el para qué de las cosas, y no con el por qué, nos conecta con las ganas de hacerlas.