Convivir con una fobia desde bebé no es nada fácil. Poca gente lo entiende, poca gente se pone en tu lugar, poca gente empatiza con tu situación. De hecho, desde siempre me he encontrado con más palabras desagradables que situaciones de comprensión y, por eso, las he agradecido tantísimo cuando han llegado. Cuando, quizá, debería ser lo normal. Pero no lo es.
Siempre me recuerdo teniendo fobia a los animales. Quizá más acusada en perros y gatos por ser aquellos que más fácilmente te encuentras en calles o casas. Una fobia que ha condicionado mi vida en muchísimas ocasiones, haciendo que pasara momentos totalmente horribles, de esos que quieres olvidar y a veces no puedes.
La incomprensión de la gente ha marcado esta fobia desde sus comienzos. Palabras como “pero si no hace nada” han sido frecuentes. Acompañadas de gestos raros, desprecios, ojos en blanco. Cero empatía. Generalizo porque no siempre ha sido así, pero sí que ha sido la tónica habitual en la mayoría de los casos.
Mi fobia significa terror, cuerpo paralizado, ansiedad, corazón a mil por hora, llorar, temblar. Sufrir. Significa no poder pasar por parques, cruzarme de acera cuando viene alguien con un perro, no estar a gusto en una casa donde hay un animal… Significa demasiadas cosas. Me condiciona y limita.
Superar una fobia es posible
Sí. Superar una fobia es posible. Nunca creí que pudiera deciros esto, pero lo es. Y yo lo estoy consiguiendo. Está siendo un proceso duro a la vez que muy sorprendente, porque jamás pensé que lo lograría. Demasiado tiempo conmigo, demasiado arraigada en mí, demasiado fuerte. Pero no. Todo se puede. Si queréis, para no alargar demasiado el post de hoy, os lo explicaré en otro más adelante. No sé si seré capaz de transmitir todo lo que estoy avanzando y la forma en la que lo estoy haciendo, todavía tengo mucho camino por recorrer, pero el primer paso, el más importante, ya está dado.
Pingback: De fobias y risas (parte 2) | Soplando pompas de jabón