La piel no mentía.
Le decía que nada podía ir mal, y que todo estaba mal, ahí, así. Le dolían las caricias que le erizaban al mismo tiempo que necesitaba volver a tocarle.
Contradicciones.
La piel se lo decía. No podía, pero quería, y sabía que aquello que le hacía temblar terminaría haciéndole daño. Lo sabía. Y no quería. Pero quería. Y no podía.
La piel le hablaba a gritos, pidiendo un gesto más, un roce más, un descuido más.
Lloraba.
Soñaba.
Se equivocaba cada vez que le hacía caso a su piel, y nada le hacía más feliz que seguir sus órdenes. Cuando quería. Cuando no podía. Cuando sabía que quería. Y no debía.
La piel siempre se lo dijo. Acertaba. Sentía. Erraba. Aprendía. Se estremecía.
Lloraba.
Porque nada duele tanto ni enriquece tanto como sentir con la piel.
Me ha gustado que te parece lo mío echa un vistazo creo que «tampoco» tiene desperdicio. Un saludo y a seguir escribiendo