Este lunes falté a mi cita de sonrisas de los lunes. Disculpas. El motivo valía la pena: quería contaros algo que me hizo sonreír como hacía mucho tiempo y que ocurrió al final del día.
Ayer le regalé a Albert Espinosa un playmobil de nuestra colección. Un pirata con pierna especial como la suya. Lo recibió con mucha sorpresa e ilusión, aunque no tanta como la que sentí yo al poder dárselo y saber que estará ya para siempre con él.
A cambio, me regaló un abrazo, infinitas sonrisas y toda la magia que desprende con sólo una mirada. Con sus palabras. Cuando me preguntó que cómo me iba la vida. Cuando me firmó su último libro con las palabras más bonitas que un desconocido ha podido dedicarme alguna vez.
Y yo no soy de admirar a extraños. De admirar por admirar. La palabra admirar es muy grande y sí, a él lo admiro, con todas las letras, con todo su significado. Por cómo transmite en sus libros y con su presencia, por las cosas que escribe y que sé que siente como reales, por esa manera que tiene de vivir la vida al máximo. De sobreponerse a todo con humor y valentía. Él es luz.