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Yayo

Le decías a yaya que ya era mayor para que me preparara ese platito con olivas y atún que dejaba en mi sitio cada domingo, todos los domingos desde que nos recuerdo comiendo en vuestra casa. Ella te decía que, si a mí me gustaba, ella me lo prepararía siempre. Y así lo hizo hasta que se fue. Lo que yo no sabía es que tú le preparabas a ella un zumo de naranja natural cada día que regresaba de su sesión de radioterapia; cuando veías aparecer la ambulancia que la dejaba en casa corrías a exprimir las narajas para que estuviera recién hecho.

Me gustaría que estuvieses conmigo, con nosotros, ahora en esta nueva etapa que hemos empezado. Sé que aunque nunca lo dijeras, ni lo demostraras, a tu manera te sentías orgulloso de mí (a pesar de haber estudiado Periodismo y no Económicas), pero sé que ahora lo estarías mucho más. Verías cómo he sabido desenvolverme con tu amigo Miguel, ese al que visitabas casi cada día, que ahora me ha ayudado a sacar adelante los trámites de una hipoteca.

Me encantaría que vieras nuestra nueva casa, que me dijeras que algo no te gustaba (seguro que algo no te gustaba), sé que te encantaría Rober aunque también sé que me gritarías cada vez que apareciera en la cocina con la cresta.

Hace unos días me contaron unas historias tuyas que me hicieron reír mucho. En la peluquería de Raquel con tu frasco de alcohol y tus remedios caseros que desde entonces sigue haciendo Abel. Historias que hablaban de esa personalidad que hacía y decía lo que quería, de ese corazón más grande que tu mal genio.
Ahora desayuno en la silla en la que siempre me esperabas. E imagino qué pensarías si me vieras allí. Así. Sé que sonreirías aunque no dejaras que nadie lo viera. Siempre se me atasca el cajón en el que me guardabas los secretos.